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lunes, 4 de marzo de 2013

"Fa (mi)^2 lia"


Las eternas goteras que venían sufriendo desde hace tiempo en su casa acabaron por derrumbar el tejado. Supongo que eso es lo que ocurre cuando la casa empieza a construirse por esa misma parte. Aunque a Fito y a sus fitipaldis les salió bien la jugada, a veces, y solo a veces, es necesario empezar por el principio.
Cuando ya el tiempo ha pasado y puede observarse, con perspectiva, la situación en general, podemos empezar a preguntarnos qué fue lo que salió mal. Pero, ¿acaso salió algo bueno de esto?
Las paredes de hormigón son muy duras, pero nuestra cabezonería y tozudez son también muy capaces de echarlas abajo. Por muchas veces que nos demos de bruces contra ellas tras seguir negándonos a hacer las cosas de diferente forma, ya sea por pereza o por el motivo que sea, y por mucho que suframos con cada golpe que nos peguemos, la pared de hormigón siempre cede. Pero no te equivoques; no has ganado, sino todo lo contrario.
Pierdes. Y, aunque romper una pared de pintura descascarillada, llena de humedad y telaraña no supone un inmediato derrumbamiento de una vivienda, sí la convierte en una con más papeletas para ello. No sé cuántas paredes más quedan para hacer ceder el resto de esta casa. No confundir nunca con hogar.
¿Que a qué huele un lugar en el que se depositan ilusiones y buenas intenciones para verse convertidas en llanto y decepción? A frustración, a impotencia, a podrido...
A muerto.
Y solo con el hedor que esta casa desprende, ni siquiera hace falta que nos fijemos en su ausencia de tejado. Entrar en ella cada día cuesta más. Al final, sus habitantes, acostumbrados a la lúgubre ambientación y al fétido olor, acaban por acomodarse en lo inhóspito. Dicen que nada cuesta más que hacerse a algo nuevo, desconocido; pero, ¿hasta qué punto?
¿Hasta qué punto seguirán aguantando los cimientos de esta casa? ¿Vencerán las paredes contra las cabezas, o serán esas mismas paredes las que entierren entre escombros a los dueños de esas cabezas perdedoras?
Quizás tenga demasiadas preguntas sin respuesta, pero lo que sé con certeza es que se acabó. Algunos preferirán llamarme mimado, otros inconformista... Puede ser. Sí, la cabezonería echa abajo paredes de hormigón, pero a mi me hace más fuerte. Aunque ahora mismo me sienta de cualquier forma, salvo fuerte. Y, sin tomar ejemplo de las paredes, aunque también con pintura descascarillada y con alguna tubería rota, no pienso venirme abajo.
Construir algo no da derecho a demolerlo, y tú no tienes derecho a seguir con esta vorágine de autodestrucción. Más que nada, porque lastimándote a ti misma, lastimas a los demás.
Llegados a este punto, ¿qué se hace? ¿Se gastan las reservas de ilusión en chapa y pintura para la remodelación, o adquirimos una nueva propiedad para nosotros solos en la que lo único que quede del pasado sean las lecciones aprendidas?
Porque, al contrario de la arquitectura común, la de la vida no se enseña en ninguna parte. Así que ya que somos autodidactas, podríamos empezar por aprender de nuestros errores.
Nunca es tarde.