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martes, 26 de abril de 2011

Eternidad.

Efímera. Un término que define bastante bien todo a lo que, ahora, estamos acostumbrados.
Destapar una botella de agua con gas significa, posteriormente, quedarnos con agua sin gas. Cortarnos el pelo solo sirve para tenerlo corto varias semanas más, pues vuelve a crecer.
Supongo que la vida es como el pelo (en casos "normales", es decir, si tienes alopecia o eres calvo, no), da igual los cortes que te hagas, cómo te lo cortes, si te lo tiñes... siempre vuelve a crecer, pero nunca es el mismo. El pelo, como nosotros, se transforma, evoluciona, cambia, se cae...
El cambio; deseado a veces y, otras tantas, forzado. Hay cosas que no controlamos, cosas que se nos escapan de las manos por el "simple" hecho de ser humanos. Los hechos acontecidos en los últimos días casi me han obligado a que escriba sobre ello.
Y, es que vivimos como si fuésemos a vivir para siempre, damos las cosas por sentado cuando, en realidad, cualquier imprevisto podría cambiar todo lo que creíamos que era de una forma: construímos edificios para vivir en ellos o para trabajar en ellos, tomamos el sol para ponernos morenos y poder lucir el tono de piel por donde quiera que vayamos, planeamos viajes con amigos para verano desde Navidades... Hacemos todas estas cosas dando por hecho todo menos lo improbable, que, nos guste o no, también es probable.
Cuando construímos un edificio, corremos el riesgo de que se derrumbe, de que sea objetivo de un ataque terrorista, de que haya un terremoto y se desplome, se vaya erosionando poco a poco... Cuando tomamos el Sol, sabemos que corremos cierto peligro de padecer cáncer de piel, pero queremos ponernos morenos. Cuando planeamos un viaje, lo hacemos sin tener en cuenta futuros accidentes cercanos a la fecha del viaje, sin pensar que podemos tener un accidente en el avión...
La vida implica la muerte. Quiero decir, para poder vivir, hay que ignorar la muerte hasta el punto en el que sea inevitable. Eso sí, siempre teniendo cierto criterio: no vamos a saltar desde un puente sin cuerda esperando salir ilesos de la caída, por ejemplo. Pero los accidentes ocurren y, por más que nos duela, muchas veces no podemos hacer nada, salvo llorar.
Fugaz. Cada etapa en la vida es fugaz, nada dura para siempre. Todo lo que creemos que durará mucho tiempo, puede sorprendernos y acabarse antes de haber empezado, y todo lo que esperamos que dure poco, puede alargarse toda una vida. Creemos estar en control de todo, pero la gran mayoría de las cosas se escapan de nuestro alcance, de nuestro entendimiento... Estamos preparados para no estar preparados para las sorpresas, desgracias, cosas inesperadas que la vida nos trae, y no podemos hacer nada para solucionarlo.
Tampoco podemos hacer nada para solucionar las cosas que se escapan de nuestro alcance, y es que a veces nos olvidamos de que nosotros también somos efímeros, fugaces, pasajeros de una vida que no sabemos a dónde nos llevará, a quién nos presentará ni cuándo se acabará. Y se acaba. Como se erosiona la roca a lo largo del tiempo y como el gas de una botella de agua con gas cuando la destapas.
Así como surge la vida de la nada, también se acaba. Nos gustaría solucionarlo, nos gustaría poder cambiarlo, pero no podemos. Queremos vivir para siempre, que lo bueno se quede con nosotros todo el tiempo posible, y que lo malo se vaya para nunca volver. Pero, ¿tendríamos la misma concepción de "bueno" y "malo" si viviéramos para siempre? ¿Tendría sentido hacer lo que hacemos cada día si viviéramos para siempre?
Cuando alguien a quien queríamos se ausenta para siempre, sentimos un dolor inmenso. Nos empezamos a hacer preguntas sin sentido, de toda clase, intentando buscarle complejidad a algo muy simple: no podemos controlarlo todo. Y la vida es como una ecuación de matemáticas sin solución.
Leí una vez que "La vida es un cúmulo de sensaciones positivas y negativas que tienden a neutralizarse en la muerte. Lo divertido de ella es maximizarla y minimizarla en suicidios crónicos". A veces, cuando las cosas han ido mal y no hay nada que puedas hacer para solucionarlo, solo queda llorar. Y es así, por mucho que duela. Hay veces en que lo único que vamos a poder hacer con nuestras vidas es sentarnos a llorar por eso que perdimos y que no vamos a recuperar. Y no lloramos porque hayamos perdido a algo o alguien, sino porque no volveremos a recuperarlo nunca más. Cuando esto ocurre, solo podemos dejar que el tiempo pase (muy lentamente, por cierto), pero no esperes una cura milagrosa.
El tiempo deja cicatrices y, a lo largo del camino, pueden volver a abrirse esas heridas que creíamos cicatrizadas. No es que nos vayamos a olvidar nunca de lo que ocurrió, pero aprendemos a vivir con ello; y de toda esa pena, rabia y dolor que sentíamos en su momento, acabamos sacando algo positivo, algo por lo que volver a tener ganas de vivir, de reír, de disfrutar.
Y dicen que nada es para siempre, que la eternidad no existe, que estamos solo de paso. Supongo que, por una parte, es cierto, pero nada muere cuando lo sigues recordando, si permanece en tu corazón. Solo tienes que saber qué quieres recordar: el hecho de que perdiste algo, o el hecho de que tuviste la suerte de poder disfrutarlo.
Nada pasa porque sí, todo nos enseña algo y, si alguna vez te dicen que todo volverá a la normalidad, mienten. Nada vuelve a ser igual, todo es distinto, todo cambia, tú cambias. Pero aprendes a vivir en tu nuevo yo y te vuelves a acostumbrar a esa nueva vida que vas a tener sin aquello de lo que una vez disfrutaste, porque no lo perdiste.
Lo perdido se olvida, lo ganado se recuerda.

Entrada inspirada por: Claudia Noda Demetrio y Paula Núñez Martín.
Dos ángeles eternos.

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